*Por Nicolás Figueroa
Melisa no puede detenerse ni un segundo. Cada día se despierta con el mismo peso en el pecho, esa angustia persistente de una madre que teme por la salud de su hija. Hoy, su lucha es la de muchas familias en Catriel y en tantos otros rincones de Río Negro: cómo conseguir que un sistema de salud que les da la espalda no se convierta en una sentencia de muerte para sus seres queridos.
Su hija, de seis años, nació prematura y enfrentó una serie de problemas de salud desde el primer día. En las últimas semanas, su pequeña comenzó a sufrir fuertes dolores estomacales y necesitaba estudios médicos urgentes. Los médicos querían descartar problemas graves, como una malabsorción de nutrientes o alguna alergia alimentaria, pero en el hospital de Catriel no había manera de hacer esos estudios. Tampoco había tiempo para esperar a que la situación “se resolviera”, como le prometieron tantas veces. Así que, con el apoyo de vecinos, amigos y desconocidos, Melisa empezó una campaña para recaudar los más de 300.000 pesos necesarios y poder viajar al Alto Valle, donde finalmente lograron realizarle los estudios a su hija.
Detrás de esta lucha hay un esfuerzo que, aunque admirable, también duele. Porque esto no debería pasar. No debería ocurrir que una madre tenga que golpear puertas incansablemente, organizar rifas y hacer malabares económicos para conseguir algo tan básico como atención médica. Melisa sabe que no está sola en esta historia; a diario escucha relatos similares de otras familias, de padres y madres que, como ella, están agotados por la misma carrera contra el tiempo, por la misma impotencia frente a un sistema que no les da respuestas.
Catriel es solo un ejemplo, pero la situación se repite en toda la provincia. Los hospitales, sin personal ni equipamiento suficiente, se vuelven lugares de espera en lugar de espacios de solución. Porque para los ojos de Melisa, su hijita y muchos que no somos ajenos a esta realidad, el derecho a la salud se convirtió en un lujo, de golpe, un derecho se vio transformado en privilegio.
Esta situación dispara una pregunta urgente para quienes tienen el poder de hacer algo: ¿Qué significa realmente el derecho a la salud en Río Negro? Porque para esta mamá, no puede ser solo una bonita frase escrita en algún eslogan publicitario. Debería ser una garantía, un compromiso de que, sin importar dónde vivas, vas a recibir la ayuda que necesites cuando tu vida o la de tus hijos esté en juego. Lo que me lleva a otras preguntas: ¿Cuánto tiempo más pueden las familias de Catriel depender solo de la solidaridad vecinal? ¿Hasta cuándo el Estado se mantendrá indiferente al dolor de sus propios ciudadanos?
La empatía comunitaria hizo posible que hoy tengan algo de esperanza. La comunidad catrielense se unió, una vez más, para ayudar. Está claro que ese eslabón de la cadena no falla. La gente es solidaria, las donaciones anónimas llegaron a tiempo y es un orgullo, pero esto solo pone en evidencia una triste realidad: las familias no deberían tener que elegir entre comer o cuidar la salud de sus hijos. De nuevo, surgen los interrogantes: ¿Hasta cuando vamos a permitir que el acceso a la salud en esta provincia sea una batalla solitaria y desigual? ¿Qué tiene que pasar para que algo cambie? ¿Cuál es el límite?
oy, Melisa y su hija siguen esperando las mismas respuestas que muchas personas. La comunidad de Catriel ya no puede esperar más. Necesita un cambio, y lo necesita ya. Porque el silencio cómplice del Estado también es violencia. Porque cada día de abandono suma dolor y desamparo. Porque el derecho a la salud no se mendiga, se garantiza. Y es hora de que los responsables lo asuman, antes de que la desidia y las deficiencias del sistema se sigan cobrando vidas y destrozando sueños.