El Fondo Monetario Internacional (FMI) pierde a una de sus funcionarias más influyentes en un momento crítico para la Argentina. Ceyla Pazarbasioglu, directora del Departamento de Estrategia, Política y Revisión (SPR), confirmó que dejará su cargo antes de fin de año.

Su salida no pasó desapercibida: fue la responsable de firmar el documento en el que el propio organismo admitió que la deuda argentina es “prácticamente impagable”. El SPR, considerado el “cerebro” del Fondo, define la estrategia de préstamos y evalúa la sustentabilidad de los programas con países de alto riesgo de incumplimiento, entre ellos Argentina.

La renuncia de Pazarbasioglu se suma a otras bajas recientes en el FMI, como la de Gita Gopinath, ex número dos del organismo. Para analistas, estos cambios muestran las tensiones internas que genera el caso argentino, que acumula una larga lista de programas fallidos desde los años ochenta.

La relación entre Argentina y el FMI tiene un prontuario fronodoso. Desde los años ochenta, cada programa fue presentado como la gran solución para estabilizar la macroeconomía, y cada vez terminó en crisis: devaluaciones abruptas, inflación que se dispara, protestas sociales, metas fiscales incumplidas y refinanciaciones eternas. La desconfianza es mutua. Por eso la noticia del retiro de Pazarbasioglu tiene más peso simbólico que burocrático.

El historial de fracasos es largo. Christine Lagarde salió de escena después del fallido stand-by de 2018; David Lipton dejó el directorio tras la renegociación fallida y Gita Gopinath hoy saluda desde Harvard. La sensación en el staff es que cada vez que firman un acuerdo con Buenos Aires, firman también su renuncia.

Un técnico del Fondo admitió en off a La Política Online que “este naufragio es más fraudulento que el de 2018”, cuando Argentina recibió el préstamo récord. Según la misma fuente, la exposición actual equivale al 1300% de la cuota que el país tiene en el FMI, un nivel sin precedentes.

La economía argentina enfrenta un 2025 desafiante, con vencimientos que superan los 20 mil millones de dólares. En paralelo, la recesión, la inflación y la caída del consumo complican las chances del gobierno de cumplir las metas.

En este contexto, la salida de Pazarbasioglu tiene más peso simbólico que burocrático: cada crisis argentina se lleva consigo a funcionarios de alto rango del FMI.