La Sole: «Sobre la amistad y el espacio que nadie puede llenar»

Una reflexión personal sobre la importancia los vínculos, el impacto de su ausencia y la necesidad de abordar colectivamente la prevención del suicidio en nuestra comunidad.

*Por Elio Carrasco

El pasado viernes, 23 de agosto, participé en una jornada de prevención del suicidio en mi ciudad, Catriel. Un día antes, se cumplieron tres años desde que mi mejor amiga, Soledad, decidió quitarse la vida. Soledad Gordo, como la nombraron su mamá y su papá en el DNI, fue simplemente «la Sole» para nosotros. La conocí desde los siete años; fuimos juntos a la escuela primaria 241 y compartimos más de 25 años de amistad. Hay poco que no haya dicho o escrito ya en mis redes sociales sobre lo que me pasa cuando pienso en ella. Por supuesto, hay muchos aspectos de su vida que no me corresponde compartir, pero hay otros que sí.

Sole era una persona llena de vida y energía, una mamá increíble, cantante de la banda de reggae Esquejes y una amiga incondicional. Trabajó en todo tipo de cosas: actriz de cortos, peluquera, kiosquera, vendedora de velas, desayunos, amuletos, muebles restaurados; lo que fuera necesario para llevar comida al plato de sus hijos y para pagar las cuentas cuando llegaban los avisos de corte de servicio. Desde chica, se la bancó como pudo cada vez que la vida la golpeó feo, y siguió adelante con una fortaleza y determinación admirables, siempre dando lo mejor de sí. La vi crecer yendo siempre para adelante, dejando todo para criar a sus hijos e intentar ser feliz. Era una de las almas más gentiles y alegres que conocí, de las más nobles y sensibles a la condición humana que uno pudiera encontrar. Sole vivía genuinamente su vida. No tenía medias tintas: te quería o no te quería. Pero siempre estaba atenta a los detalles importantes de la vida de los demás, poniéndolos incluso por encima de ella misma. Era el motor de cosas maravillosas, le daba a otros la fuerza para vivir que a veces ella misma no tenía. Y aunque se suicidó, no quería morir.

Lo sé porque la conocí profundamente. Porque con nadie más compartí y trabajé tanto codo a codo como con Sole en estos últimos años de mi vida. Con nadie conversé tanto sobre las miserias e injusticias del mundo adulto, sobre lo difícil que es a veces esta locura en la que vivimos inmersos. Este ritmo desquiciante que propone y muchas veces impone el día a día.

Hoy, me cuesta la vida. Me cuesta levantarme de la cama todos los días. Durante los últimos tres años, pensé en suicidarme al menos una vez por año. No porque quisiera dejar de vivir, sino porque el dolor que me genera su partida y su ausencia es peor que cualquier dolor que haya sentido jamás. Sé que no soy el único que sufre por esta situación. Hay muchísimas personas que sienten la partida de Sole: hijos, amigos, hermanas, un papá y una mamá, gente que trabajó o compartió momentos hermosos con ella. Y no somos los únicos que vivieron algo tan desolador. Quizá me extralimito al mencionarlos, pero me atrevo a hacerlo porque merecen ser recordados. Personas que querían vivir y no pudieron seguir haciéndolo en muchos de estos casos porque el dolor profundo que sentían les arrebató la vida o porque como comunidad no teníamos los recursos y herramientas para ayudarlos. Años atrás, Palo, Martín, Emiliano, Marcos. Un poco más acá en el tiempo, los casos de Jony, Félix… La lista sigue y sigue. Me es inconcebible e injusto pensar en cuántas personas se quitaron la vida o tuvieron tentativas en los últimos años. No solo en Catriel y alrededores, sino también en la ciudad vecina de 25 de Mayo. Tenemos que hacer algo, necesitamos hacer algo. Y siento que esta primera intervención es la oportunidad que esperábamos para dar un gran paso.

Quiero destacar la importancia de lo que hizo el municipio de Catriel. Esta jornada me ayudó a decidir compartir mi experiencia como sobreviviente del suicidio de mi amiga. Pido disculpas si al expresarme afecto el sentir de alguien más, pero considero importante hablar y no callar estas cosas nunca más. Aunque tengo diferencias marcadas con este gobierno municipal, como las tuve con el anterior, y no voy a dejar de expresarlas, reconozco que es clave lo que hicieron al llevar adelante esta jornada de prevención. Este tipo de intervenciones sociocomunitarias para prevenir el suicidio llega tarde, es cierto. Hemos perdido a muchos que podríamos haber salvado. Pero eso no es culpa de esta gestión. Los dirigentes que estuvieron antes deberían haber realizado este tipo de intervenciones. Esto debería hacerse desde hace años, en Catriel y en todos lados. Pero mientras haya vida, nunca es tarde, y eso significa que estamos a tiempo de ayudar a muchas personas que necesitan ser comprendidas y acompañadas para sobrellevar sus situaciones. Esto podría evitar más suicidios en el futuro y salvar vidas. Bien lo dijo Mandri en su intervención: «Una vida salvada modifica generaciones enteras».

Por eso, desde mi lugar, pido que la comunidad de Catriel no deje pasar esto como deja pasar tantas cosas a las que presta atención dos segundos y sigue adelante. Involucrémonos para prevenir el suicidio: seamos más empáticos, estemos atentos a las señales de alerta, a los cambios bruscos en el comportamiento, el aislamiento, o la pérdida de interés en actividades que antes eran importantes para las personas que queremos y también aquellas con las que mantenemos contacto diario. En la jornada también se habló de la importancia de un enfoque sociocomunitario, donde todos, especialmente los jóvenes, se involucren en la prevención. Cada uno de nosotros puede aportar su parte, y ese aporte, por pequeño que parezca, es vital. Por supuesto, los medios de comunicación también tenemos nuestra responsabilidad en esto. Como parte de mi compromiso personal en esta lucha, estoy a disposición para trabajar en lo que sea necesario. Porque hablar de esto, actuar y no callarse, es la única manera de prevenir más pérdidas y salvar vidas.

Para terminar, quiero contarles algo más. Después del suicidio de Sole, durante mucho tiempo utilicé mis redes sociales personales para expresarme sobre lo que sentía. Fue un espacio donde compartí reflexiones, recuerdos y pensamientos en momentos difíciles. Me ayudó a sobrellevarlos. Sin embargo, hace un tiempo decidí cerrarlas porque siento que cumplí un ciclo en ellas, tanto en su uso personal como en lo que respecta al posteo de mis vivencias. Entendí que no necesito hacer todo público. Sin embargo, hoy quiero aprovechar esta oportunidad para dedicarle por última vez algunas palabras a Soledad en un espacio más significativo, que pueda llegar a otros y contribuir a esta causa.

Nada me gustaría más que contarte, Sole, que conocí a esa chica de la que siempre me hablabas. «Amigo, vos tenés que buscarte alguien que te quiera de verdad y dejarte de joder. Que te ame y te acepte como sos, sin medias tintas ni boludeces», me decías. La encontré. O quizás ella me encontró a mí. Y me salvó la vida tanto como vos. Me hubiera encantado que pudieras conocerla; estoy seguro de que se habrían llevado bien porque tienen muchas cosas en común, sobre todo la calidez humana. Quedate tranquila, estoy en buenas manos. Por primera vez en mi vida, me siento amado y aceptado como soy. Me desgarra que no estés acá, decirte esto sin poder mirarte a los ojos, sin poder escuchar tu risa, sin verte sonreír con alegría después de chocar nuestras copas de vino.

Hoy te llevo como bandera. Sos mi espada y escudo contra el mundo. Cuando la vida duele o me sonríe. Cuando siento que no puedo más. Cuando redoblo mi esfuerzo y voy por más. Cuando alcanzo un logro y me siento gigante. Cuando todo me puede y me cuesta levantarme porque me siento insignificante. Pienso en vos, estés donde estés. Sos ese fuego que siempre va a estar ahí, el que convierte en luz todo lo gris dentro de mí. Te hice una promesa, y te aseguro que no me voy a ir de este mundo sin cumplirla.

Te vi criar a tus hijos y amarlos con todo el corazón, te vi cantar con talento y pasión, te vi llevar alegría y comida a los barrios de Catriel en el peor momento de la pandemia, ayudar a los que menos tienen sin llevarte ni pedir a cambio un peso, también escribir canciones para denunciar las injusticias del mundo y enseñarnos a luchar por un futuro más justo. Quiero recordarte siempre así. Te lo digo cada día, cuando me despierto. Sos mi inspiración para pelear todos los días por dejarle a los que vengan una realidad menos fea, salvaje y mezquina. Un mundo más lindo, donde la gente como vos se quiera quedar hasta el final. Donde exista y se cumpla el acceso a una salud mental de calidad. Donde haya lugar para la contención y el acompañamiento. Para la empatía comunitaria. Donde el actuar con humanidad no sea la excepción a la regla. Nos haces falta como no te das una idea, pero te volviste parte de mí. Tu mensaje es indeleble y lo tengo siempre presente.

Aunque tu ausencia me pesa y me lastima, tengo que admitir que te encuentro a cada rato. En los mates con los que tengo al lado, en las charlas con los que están a la distancia, en los pequeños momentos compartiendo un vino, un mate, una comida o una charla con quienes vemos en los ratitos que nos deja libre la cruel agenda del mundo adulto. En cada gesto de bondad desinteresado, en cada mimo a un animal callejero. En cada mirada cargada con ese amor de hermanos que hoy nos damos entre nosotros los que te conocimos. Nos enseñaste a querernos y cuidarnos distinto, sin especular, sin filtro. Sin dejar para después los «te quiero». A pronunciar con sinceridad los «¿cómo estás vos?». En mi pieza tengo tu foto que me cuida desde un rincón junto con cada regalo que me hiciste. Siempre te miro, te sonrío y te tiro chistes. Y aunque ya no pueda escuchar tus locas devoluciones, las imagino. Tu voz y tu risa viven dentro mío. Y hoy aprendí a encontrarte en el viento, el aire, el agua, el sol, la inmensidad de la montaña y el sonido de los pájaros. En la inmensidad del cielo cuando cae el atardecer o el brillo de las estrellas. Siento que te escondés en el infinito y te escapás para ser nuestra luz en los momentos críticos. O al menos lo sos en los míos. Por eso te escribo, para decirte lo importante que sos para mí. Hasta donde llegue, a dónde vaya, hermana, vos venís conmigo. Hasta el último suspiro.

Nos regalaste 32 años hermosos de tu presencia, fue un orgullo y un privilegio caminar a tu lado en estos últimos años de nuestras vidas. No sé por qué elegiste pasarlos tan cerca de mí. Aún hoy me lo pregunto… Pero hoy no quiero enfocarme en la tristeza ni extenderme demasiado. Solo agradecerte y celebrarte. No te olvido. Te extraño cada segundo. Te llevo conmigo, donde sea. Gracias por ser mi amiga. Por ser la mejor amiga posible para cada uno de nosotros. Gracias por arrancarme mil sonrisas y hacer mejor mis días. No sé cómo lo lográs, pero lo hacés todavía. Te quiero.